Un paréntesis insular
A la una del mediodía, ponemos pie en tierra para almorzar y visitar Molène, sus callejuelas estrechas, sus casas con flores, sus verdes senderos y sus calas bañadas por aguas turquesas. Apenas salimos del pueblo, nos envuelve la sensación de haber llegado a los confines del mundo. Solo el suave rumor de las olas perturba el silencio de este paraje tallado por el mar.
Y para terminar … ¡las focas !
A las cinco de la tarde, nuestra pequeña comitiva regresa a bordo. Bordeamos la isla de Quéménès, donde Soizic y David han instalado su granja, la isla de Litiry, el peñasco de Cromic, que recuerda a veces a un perro, otras a un conejo, otras a un águila… Un poco más lejos, observamos un pequeño grupo de focas grises posadas sobre un islote, atentas y vigilantes. «Por más que midan 2 metros de largo y pesen 200 kilos, son muy asustadizas. Si las espantamos saltarán al agua», nos previene Lucky, que se toma muy en serio el reposo de estos grandes mamíferos. Tras un pico rocoso, descubrimos maravillados tres jóvenes focas de pelaje claro.
El archipiélago de Molène
Antes de devolvernos a buen puerto, Lucky da rienda suelta durante un instante al motor de 600 caballos de su lancha semirrígida, permitiéndose un trepidante acelerón de 90 km/h. ¡Impresionante! «Con un día como este, no puede haber gente decepcionada, ¿no?» pregunta Olivier, el auvernés del grupo. Las palabras perfectas para clausurar esta jornada fabulosa, ¿verdad que sí?