
©Yannick Derennes

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©Nicolas Job

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Solo se ven dos trazos en el horizonte de 1,8 km de longitud a unos 8 km de la punta de Raz. Y sin embargo, la isla de Sein no pasa desapercibida. Hay que decir que Enez-Sun tiene carácter. Quizá por estar expuesta a los avatares del viento y las olas, quizá por estar bañada por veranos luminosos, quizá por… pero la verdad es que es un lugar único y extraordinario, al margen del tiempo y del mundo. Los habitantes se sienten muy orgullosos de vivir aquí y comparten este orgullo con gran generosidad.
Uno va quedando extasiado a medida que se acerca a los pies del faro verde y blanco. Desde Audierne, el camino que sigue los acantilados del Cabo Sizun nos desvela la punta del Raz desde una nueva perspectiva y deja el faro de la Vielle reducido a la punta. Una vez en tierra, los enlucidos rosas, amarillos y azules del muelle de Paimpolais dan una chispa de alegría. Algunos sostienen carteles de bares donde el bogavante se come con los dedos. Detrás del dique y de la primera tanda de fachadas, las casas se apelotonan en las callejuelas tortuosas para sortear el viento. Algunos callejones no miden más de 85 cm: justo para que pasaran las barricas. Y más allá del puerto se extienden las landas, que a veces quedan sumergidas bajo las grandes mareas. No hay un solo árbol en esta vegetación rasa, solo emergen los muretes de piedra que esconden diminutos cultivos. Antepuesto a las grandes rocas esculpidas por la erosión, se alza el Gran Faro que vela sobre la capilla de St-Corentin a la que acudían los marineros para colocar su báculo en dirección a los vientos deseados.
Los habitantes de la isla de Sein, marineros diestros, orgullosos de su libertad y acostumbrados a luchar contra los elementos unieron todas estas cualidades para dedicarse a los salvamentos… y participar en la resistencia. Tras el llamamiento del 18 de junio de 1940, los 150 hombres de la isla se unieron a las tropas del General de Gaulle. Es decir, casi un cuarto de los primeros voluntarios eran de Sein.
Colbert, el ministro de Luis XIV, eximió a los habitantes de la isla del pago del impuesto de propiedad por estimar que la naturaleza de la isla ya los castigaba lo suficiente.
Oficina de Turismo de Audierne