
©Alexandre Lamoureux

©Marc Le Rouge

©Alexandre Lamoureux

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«El río Couesnon, en su locura, emplazó el Mont Saint-Michel en Normandía», pero eso no impide que la bahía esté en Bretaña. Este lugar excepcional se halla en la puerta norte de la región y ha sido clasificado como patrimonio mundial de la humanidad por la Unesco. Varios fenómenos admirables han quedado reconocidos así: un paisaje marítimo excepcional, mareas que baten el record de Francia con 14 m de amplitud, un mosaico de pólders, filas de mejillones y mariscos y una joya arquitectónica mítica que se refleja sobre la inmensidad yodada.
En medio de la bahía del Mont Saint-Michel, Vivier-sur-Mer está amarrada a una costa que se despliega voluptuosamente desde Normandía hasta Cancale (en Bretaña). El litoral con sus grandes playas al Oeste se vuelve más salvaje a medida que se acerca a la punta del Grouin. Esta sucesión de arena, grava esponjosa y hierba atlántica donde pacen las ovejas, proporciona agradables paseos y magníficas vistas.
Como centinelas en mitad de los campos de arena, filas de 110 estacas avanzan en longitudes de 100 metros. En esos kilómetros de pilones se crían los mejillones de bouchot en forma de racimo. Con esta técnica introducida en 1954 y gracias a un medio particularmente propicio, Vivier se ha convertido en el primer puerto acuicultura del mejillón de Francia. Para conocer más a fondo la actividad de estos pescadores-criadores y los secretos de este lugar mágico, la Casa de la Bahía dispone de una exposición permanente y salidas a pie o a bordo del Mytili-móvil (los curiosos barcos con ruedas que se desplazan entre las estacas). Es una ocasión magnífica para cambiar de horizontes o vivir de cerca el mascaret: la ola sorprendente que se crea en la superficie del agua durante las grandes mareas.
No se aconseja adentrarse solo por la bahía porque cuando la marea sube, el agua avanza a la velocidad de un hombre caminando a buen ritmo y las corrientes podrían rodearte.