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Ocho bonitos puertos bretones

Escalas entrañables

Por la mañana, nos cruzamos con los más madrugadores, taza de café en mano. A mediodía, charlamos y bromeamos en una terraza. Por la noche, arreglamos el mundo mientras observamos el vaivén de los veleros. Echa el ancla con nosotros en estos pequeños puertos y empápate de todo: desde las capturas de pesca hasta las bromas del vecino y las risas de los veraneantes. ¿Y en el centro de todo? Tú, por supuesto. Como si siempre hubieras estado ahí.

De un vistazo

1. Dahouët

Entre muelle de Terras-Neuvas y velas rojas

Corbetas y goletas solían zarpar de aquí hacia Terranova e Islandia, donde abundaba el bacalao. Hoy, las embarcaciones de recreo han sucedido a los navíos y se pueden ver amarrados en la dársena de Salines. Escondido en un puerto natural en la punta de Pléneuf, el puerto de marea de Dahouët no ha perdido nada de su encanto. Disfruta de un paseo por el muelle de Terras-Neuvas bordeado por las lujosas casas de los armadores. Para viajar en el tiempo, embarca en el Pauline, una chalupa con hermosas velas rojas, emblema del puerto.


2. Lanildut

Primera fila en la vida de las algas marinas

A quien madruga, Dios le ayuda. Eso lo sabemos todos. En Lanildut es una regla de oro: al amanecer, el puerto se despereza con el traqueteo de los barcos cargados de algas frescas. Y tú ahí sentado cómodamente, en primera fila, disfrutando del cafecito. Lanildut, primer puerto de algas de Europa, vive al ritmo de sus cosechas marítimas. A mediodía, entre dos mareas, los pescadores se cruzan con senderistas que descansan, niños a la caza de cangrejos… Cuando la luna aparece sobre el Aber-Ildut, uno de los tresabers , bretones, el paisaje se vuelve irreal. Y en el aire nocturno se respira un ligero aroma a sal.

3. Le Conquet

Rumbo a las islas

¿Qué tienen en común un pescador de bogavante y un kir bretón frente a la isla Béniguet? El puerto de Le Conquet, al oeste de Brest. Al última hora de la mañana, los marineros regresan de la lonja, las bicicletas ponen rumbo a la península de Kermorvan y las familias se dirigen risueñas a la playa. A mediodía, huele de maravilla a crepes y pescado fresco. Nos tomamos el tiempo de charlar, observamos las lanchas rumbo a Molène y Ouessant, y hacemos acopio de rillettes de maquereau (crema untable de caballa) para el pícnic de mañana.

4. Sainte-Marine

Dulzura y colores pastel

Una cala que desciende hasta la desembocadura del Odet, barcos calados pacíficamente y otros secándose al sol, un Refugio de marineros con paredes rosadas… En el bonito puerto de Sainte-Marine, en Combrit, todo te hace cambiar de ritmo. Podrás disfrutar de un café con el sol de la mañana o un aperitivo entre amigos por la noche. Desde el muelle, a la sombra de los viejos robles, es impresionante la vista del moderno Bénodet, al otro lado del río. Se llega en apenas cinco minutos en transbordador.


5. Doëlan

Una ría donde el tiempo se detiene

Custodiado por sus dos faros, uno rojo y el otro verde, el puerto de Doëlan se enrosca en una profunda ría en la costa sur, en Clohars-Carnoët. Un marco fotogénico natural a voluntad. El contraste es sorprendente entre las colinas de un verde luminoso, sobre el que destacan las casas blancas, y el mar turquesa. Este típico puerto perpetúa una actividad pesquera artesanal. No te pierdas, al final de la tarde, el retorno de los barcos de pesca con redes y con nasas. En la orilla derecha, incluso puedes comprar peces pequeños y crustáceos directamente a los pescadores. ¡Frescura garantizada!


6. Sauzon (Belle-Ile)

Cafecito y postigos azules

¡Flechazo a la vista! En el noroeste de Belle-Île-en-Mer, Sauzon lo tiene todo para ser un puerto de ensueño. Los muelles están repletos de nasas y redes de pesca. Las casas de color pastel exhiben orgullosas sus postigos pintados con restos de la pintura utilizada para los barcos. Las barcas se contonean al lado de los veleros… y este pequeño universo convive en medio de un alegre guirigay. Tanto en verano como en invierno, basta con sentarse frente al agua, pedir un café o una copa, relajarse… y dejarse llevar por el encanto.


7. Saint-Goustan

Entre historia de piedra y dolce vita

Uno casi se esperaría ver desembarcar barriles de sal y de vino. Con su puente de piedra, sus muelles adoquinados y sus casas de entramado de madera, el puerto de Saint-Goustan, en Auray, ha conservado su encanto medieval. En el fondo del río Loc’h, este antiguo puerto pesquero y de comercio es un barrio aparte donde es agradable pasear. Piérdete por sus callejuelas empinadas, refugio de artistas. Cafés y creperías animan alegremente la plaza Saint-Sauveur y el muelle de Franklin. Desde las rampas de Loc’h se puede apreciar una vista desde lo alto del golfo de Morbihan, una cita ineludible.


8. La Roche-Bernard

A orillas del Vilaine

Aquí navegamos por mar… y por tierra. Entre callejuelas empedradas y veleros amarrados. En La Roche-Bernard, el puerto de esta ciudad con carácter vive al ritmo del Vilaine, dulce y caprichoso. Por la mañana, nos despertamos con el ruido de las persianas que abren los artesanos en los callejones. A medida que avanza el día, en los muelles de madera, saludamos a patrones con jersey, paseantes en chanclas o niños sonrientes. Por la tarde, tomamos el sol en la orilla saboreando una crepe de caramelo. Y por la noche subimos al mirador para ver el puente colgante teñirse de rosa al atardecer. La vida es bella.

Preguntas frecuentes – Puertos bretones

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